viernes, 6 de febrero de 2009

CURVAS BRETONAS

Con unos cuantos meses de retraso, nuestras experiencias por la Bretaña. Espero que lo disfrutéis

Perdidos en Bretaña

Bretaña es un paraíso para los sentidos, especialmente si la recorres en moto y te acompaña el buen tiempo.

Por fin llegan las vacaciones, así que cargamos la moto con lo imprescindible, más que nada porque no cabe más; y partimos con la intención de llegar a nuestro destino disfrutando de lo que nos depare la ruta, prescindiendo de las autopistas, que son muy prácticas y, en Francia, más baratas para las motos, pero con su uso te pierdes muchas cosas interesantes y, a veces, sorprendentes.

Salimos de España por la frontera de Vielha dirección a Brive-la-Gaillarde, en donde pasaríamos la primera noche. Al día siguiente nos pasamos por Oradour-sur-Glane, un pueblo arrasado por los alemanes en la SGM y que se ha mantenido como quedó en 1944. Impactante y muy útil para conocer in situ la barbarie nazi.

Después de pasar la mañana allí, seguimos a Poitiers, donde nos cogería la lluvia y un desagradable viento que hacía del cruce con camiones toda una diversión. Rennes y por fin Dinan, donde ya no llueve.

La entrada a Dinan es espectacular, con su muralla iluminada al fondo y su puerto fluvial a la derecha. Nos damos prisa en conseguir una habitación en el albergue juvenil, donde amablemente nos indican un garaje para guardar la moto. Cenamos en el único sitio que estaba abierto a las nueve de la noche: un precioso restaurante típico lleno de ingleses. Amanece un día precioso y nos vamos a St. Maló, donde volvimos a sorprendernos con una ciudad completamente rodeada de altas murallas. Esta ciudad es famosa también por sus mareas y la bravura del oleaje rompiendo contra los muros de la ciudad. Al fin llegamos a nuestro principal objetivo: Mont-Saint-Michel, un lugar único en el mundo situado justo entre las regiones de Bretaña y Normandía. Una vez aquí ya sentimos cumplidas nuestras expectativas, pero aún nos quedaba mucho por descubrir.
Desde alli visitamos un osario alemán y un cementerio americano de la segunda guerra mundial.

De regreso a Dinan, disfrutamos de un paseo nocturno por una ciudad que duerme, es como estar en el escenario de un cuento, sensación que volveríamos a tener en otras ciudades francesas. Gran parte de los edificios ya han cumplido tres siglos y siguen habitados, no habiendo lugar para edificios modernos que rompan la armonía del conjunto. Por el día, las calles bullen por la actividad y los comercios ofrecen productos típicos que no te dejan olvidar ni por un momento que estás en Bretaña.


El gerente del albergue, Gwenn, nos recomienda alojarnos en Concarneau, en el antiguo refugio de marinos, ahora convertido en albergue juvenil, con lo que pudimos pasar dos noches con las gaviotas y el romper del mar como banda sonora. Para llegar allí pasamos por la ruta de los Taludes, una carretera estrecha tres o cuatro metros por debajo del nivel de los campos y cubierta por las ramas de los árboles, lo que daba la sensación de ir por un túnel con una cúpula de hojas. Desde aquí pudimos visitar Locronan, el típico pueblo bretón que no hay que perderse; las costas casi vírgenes de la zona de Camaret y Brest. En Camaret puedes ver desde un campo megalítico de menhires hasta un búnker alemán sobre un fortín del s. XIX, hasta un palacete destruido por los alemanes. Todo ello en un marco de playas y acantilados, ya que se encuentra en una península bastante agreste y salvaje.

Locronan

Menhires en Camaret

Costa Camaret


Al caer la tarde, nos volvemos a Concarneau, visitando de paso el casco antiguo de Quimper, bonito y bien conservado como casi todo en Francia, pero prescindible si ya conocéis Dinan o Vannes.

Amanecemos con otro día soleado, cargamos la moto nos vamos a visitar a un amigo de Gwenn, el de Dinan. Resulta que el tipo, Jean Bernard Huon, es un granjero como los de hace cien años: no usa maquinaria y ni siquiera tiene coche. Se ha hecho tan famoso que la gente va a su granja a comprar, por lo que no necesita trasladar sus productos al mercado y cuando va a algún sitio se monta en la mula y arre. Además, acoge una concentración de motos invernal en plan Easy Rider, o casi. Huon nos invitó a café en su granja-museo y después de la foto de rigor, partimos con muchas ganas de habernos quedado un día más. Esta granja se sitúa entre Pont Aven, coqueto pueblo, y Riec-sur-Belon.


Nuestro destino es La Rochelle, pero nos desviamos por departamentales para visitar algo más. Lorient os lo podéis ahorrar… usaréis mejor vuestro tiempo en Vannes, en cuya catedral se encuentra el santo valenciano Vicente Ferrer. Es una ciudad preciosa por dentro y por fuera y visita imprescindible. Nos dimos una vuelta y comimos en una creperie instalada en unos sótanos de la muralla, en un ambiente que recordaba un poco a los calabozos que vemos en las pelis medievales.

Vannes
Ahora llegamos a St. Nazaire, con su inmensa base submarina bunkerizada, la que sale en las pelis de guerra, que ahora es de libre acceso, pudiendo subir a su cubierta por la pasarela que sale desde el centro comercial sito al otro lado de la calle. Abandonamos la ciudad en dirección sur por un espectacular puente sobre la desembocadura del Loira.

Se nos acaban las vacaciones y nos apretamos para llegar a La Rochelle, que también es muy bonito, con la particularidad de un distrito de arquitectura vanguardista, en donde se encuentra el albergue juvenil donde nos alojamos.

Por fin nuestra última etapa. Rumbo a casa, aprovechando para hacer alguna visita de última hora. Primero nos damos una vuelta por Rochefort, ciudad muy diferente a las del norte de Bretaña; esta vez nos encontramos con un casco antiguo de calles rectas y anchas, jalonadas por edificios de piedra clara y limpia, con escasez de señales de tráfico, incluso en los cruces, lo que acentúa la sensación de estar en una ciudad del siglo XIX. El Museo de la Marina y su trasbordador aéreo sobre el Charente son otros de los reclamos de esta refrescante ciudad.

Desde Rochefort tenemos a tiro de piedra la isla de Oléron, con su fortaleza y, sobretodo, sus ostras. Si te gusta sorber mocos esta es tu isla. Su paisaje no es muy atractivo, pero merece la pena cruzar el puente que la une al continente y visitar Château d’Oleron, que te la encuentras nada más llegar. Con buen tiempo, podrás divisar el famoso Fort Boyard, isla-fortaleza enclavada en medio de la bahía, escenario de un concurso de televisión que consistía en perseguir a un enano… o algo así.

Con más de 2.500 kms. en el trasero y un cielo cada vez más plomizo, optamos por entrar a la autopista para llegar a Burdeos. Desde allí hasta Pau, primero por autopista y después por una carretera nacional prácticamente recta, atravesando Las Landas. Ya nos queda poco para la frontera, pero después de siete días en Francia no podíamos irnos sin dejar un recuerdo a los franceses, así que nos hicimos una bonita foto de radar, que espero que no me guarden para la próxima.
Por fin cruzamos la frontera que tras tantos kilómetros, aunque se disfruten, lo que más te apetece es llegar a casa, dejar descansar a la moto y descargar el montón de fotos en el ordenador para poder volver a disfrutar del viaje una y otra vez. Y para las próximas vacaciones más…hasta que el cuerpo aguante.

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